Último episodio publicado: 1 de abril de 2024


19 de julio de 2013

Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - El final de la historia



1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac

El final de la historia, por Deivid

El sonido de un goteo incesante me recordaba que me encontraba bajo millones de litros de agua salada, y que quizás aquella fuera la causa del embotamiento que sufrían mis sentidos. El zumbido en los oídos no me dejaron escuchar bien lo que me gritaba aquel rubio malcarado, aún estando claro que se trataba de un orden y que debía de acatarla a lo voz de ya. Desorientado, con la cabeza dándome vueltas sin cesar y la náusea subiendo y bajando hasta la comisura de mis labios resecos, di un paso adelante casi como un autómata. La temperatura volvía a subir, aquello era escandaloso, ¿por qué no habían ventilado bien aquella sala si tan buenos constructores fueron sus creadores? Desde luego aún mantenía mi fino sentido del humor. Tenía gracia, los vapores que emanaban del suelo convirtieron aquello en una reunión grotesca en la que apenas nos veíamos las caras los unos a los otros. Me quité el sudor de la frente con lo que quedaba de aquella manga mugrienta de mi chaqueta y di otro paso al frente.

Pensaba en las infernales horas anteriores, ¿cuánto había pasado? ¿Un día? ¿Dos? La verdad es que aún no me explicaba cómo había llegado hasta este punto sin retorno. Estaba atrapado entre la espada y la pared como tantas otras veces, pero ahora no veía la salida por ningún lado. Tanta suerte, tanto oportunismo, y ahora me fallan cuando más los necesito, ¡maldita sea! Tantos viajes hacia los lugares más recónditos del planeta me habían curtido, pero parece que había encontrado, ahora sí, la horma de mi zapato. Me quité el sombrero que me estaba asfixiando ya desde hacía un buen rato y lo tiré a un rincón enfurecido por no haber sido más desconfiado. Socarronería, de aquello sí que iba sobrado. Cometí un error de principiante en el submarino, un aviso, pero no le había hecho caso y estas eran las consecuencias.

Y luego estaba aquella pelirroja algo pizpireta y desenvuelta, quizás demasiado parecida a mí, pero de la que me había enamorado desde el principio. Sabía que no la volvería a ver jamás. Su pelo rojo como el carmín titilaba en algún rincón de mi cabeza aún sabiendo que este recuerdo duraría poco. Me afanaba en no desprenderme de él, ¡ja! Menuda tontería, la olvidaría sin más. Mi nueva condición incorpórea no necesitaba de unos recuerdos tan vanos, tan terrenales y demás paparruchas sentimentales, y de todas formas siempre me había ido más la acción. Estaba por encima de todo eso, o al menos eso pensaba.

Escuché un grito que resonó en el fondo de mi cabeza, luego todo se tiznó de un color rojo intenso. El calor ya era insoportable, necesitaba deshacerme del cascarón que cubría mi espíritu de una vez por todas, dejarlo todo atrás y subir, subir… Un poco más abajo las caras del rubio prepotente y aquella especie de científico loco cambiaron el rictus y ya no reflejaban el triunfalismo nauseabundo de antes. Veía el horror en el fondo de sus ojos y quería aprovecharme de ello. Me metí en sus mentes sin pudor alguno para constatar que ya se habían percatado que después de desaparecer no había nada, ni gloria, ni medallas, ni reconocimiento de aquel loco bajito con aspiraciones todopoderosas. Solo el sucio pozo del olvido. Me reía con sólo pensarlo. Ascendí un poco más, me deshice de los últimos harapos que me cubrían la piel y decidí librar a la humanidad de aquel par de indeseables con una risotada gutural que retumbaba desde lo más íntimo de mi corazón.

Ya faltaba poco, notaba que no podría soportarlo mucho más y ante mí se abría una brecha que me llevaría a mi verdadero mundo, lo que estábamos buscando desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo. ¡Es grandioso! Solté una lágrima de felicidad, quizás la última de mi vida. Unas figuras incorpóreas de luz brillante abrían sus brazos y me atraían hacia ellos con una fuerza inmensa a la que no podía resistirme. “Ya… ya voy…” gritaba mi cabeza en silencio, empapado de un sudor que en realidad ni percibía. Un fulgor verde iluminó mi cuerpo convertido ya en vapor y algunos trozos de carne quemada, cuando de pronto aquellas formas cambiaron y pasaron a ser pavorosas bocas de dientes afilados sedientos de una nueva alma de la que alimentarse. No tenía miedo, sólo la seguridad de que aquello era el fin. Ojalá hubiera escogido mejor mis palabras un poco antes, pero ya era demasiado tarde, ya no pertenecía a este mundo. Los recuerdos de Tikal, las Azores y el viaje en globo se los tragó aquel maldito medallón siempre hambriento de la vida de los demás. El fez rojo, el submarino alemán, el laberinto donde nos perdimos… Y lo mejor, aquella tarde cuando fui a buscarte al teatro... Vanos, vanos recuerdos terrenales.

Adiós Sophie, fue bonito mientras duró, ¿verdad?

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